LA ESTANCIA
JESUÍTICA DE SANTA CATALINA
Está ubicada en la localidad cordobesa de Ascochinga.
Ascochinga significa “perro perdido”, traducción de la
expresión comechingona ashco-chingasca.
Esta localidad está ubicada en el Departamento Colón.
Se puede llegar de 2 formas. Una desde Cordoba Capital después
de trasponer Río Ceballos, Salsipuedes, El Manzano, Agua de Oro y La Granja,.
Nosotros fuimos por el llamado “camino del Pungo”, desde La
Cumbre, atravesando las hermosas sierras cordobesas, pasando por la reserva de
simios y la estancia de los dulces.
Apenas se llega a Ascochinga y trasponer la estación de
servicio, sale un camino de ripio a la derecha que está correctamente
señalizado. Muy cerca se encuentra el paraje La Pampa, donde hay lugares para
aprovisionarse y comprar bebidas. Desde Ascochinga hasta Santa Catalina; los
últimos 13 son de tierra: el camino serpentea y mantiene escondida la estancia,
entre las ondulaciones del terreno. De pronto aparece a la derecha un conjunto
de casas de piedra y adobe: es la ranchería, el pueblo donde vivían los peones
y esclavos, hoy transformado en despensa y bar. Enfrente, el ingreso a la
majestuosa iglesia de impactante color blanco. -
La primera imagen que se observa de la iglesia explica por
qué se dice que es la más imponente, ya que sus dos torres se alcanzan a ver
desde lejos. El sol de la tarde le da más esplendor.
Resultan muy llamativas las casas para los esclavos, que
están a la derecha, y que según nos cuentan datan de 1622. Las estancias
generaron el crecimiento de poblaciones a sus alrededores y fueron polo de
desarrollo.
Santa Catalina está abierta al turismo como museo de
sitio, con restricciones para la visita de las zonas residenciales.
Si la intención es internarse en los patios y recorrer su
extensión, es necesario pedir permiso ya que cerca de 60 habitaciones son
ocupadas por sus dueños.
Santa Catalina fue fundada en 1622, en el mismo año que
la actual Universidad Nacional de Córdoba, y es la más grande de todas las
estancias jesuíticas declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad.
La estancia de Santa Catalina fue levantada en tierras de
Miguel de Ardiles, que acompañó a Jerónimo Luis de Cabrera en la fundación de
Córdoba. Las obras para la construcción de la iglesia habrían comenzado en
1622, aunque no se conoce fecha cierta de la finalización de la iglesia y casa,
indican que se habría demorado casi 100 años y utilizaron varios estilos.
La estancia es un mecanismo de relojería que sigue
funcionando hasta hoy. Una obra de ingeniería hidráulica trae agua del río, a 5
kilómetros, con un pequeño acueducto, y un sistema de túneles abovedados de 250
metros de longitud, para desembocar en el Tajamar. Hoy sigue siendo la única
fuente de agua de la estancia, de la pequeña localidad cercana y de los campos
aledaños.
El predio tuvo 167.500 hectáreas y se dedicó
principalmente a la cría de mulas (llegó a tener 14.000 cabezas), ganado
entonces de valor muy superior al vacuno, porque se vendían en el Alto Perú
para el trabajo en las minas.
Además de su grandeza productiva, Santa Catalina destaca
por el estilo barroco colonial de su iglesia, flanqueada en el exterior por dos
torres y un portal en curva, y ornamentada en el interior por una nave en cruz
latina que culmina en la cúpula.
Santa Catalina estaba funcionando a todo vapor cuando
Carlos III expulsó a los jesuitas de los dominios españoles, en 1767. La salida
de los padres fue intempestiva y traumática, y la estancia se ofreció en
subasta pública. Ahí apareció Francisco Antonio Díaz, alcalde de primer voto de
la ciudad de Córdoba, en 1774, para comprarla con el compromiso de sostener la
iglesia y el culto. Es decir, desde hace 239 años se encuentra en la misma
familia, un caso único en el país, especialmente por el valor patrimonial del
lugar.
El español Díaz, coronel del Ejército Real, pagó 90.717
pesos y 4 ½ reales, y realizó su propuesta de compra en estos términos:
"Me allano a comprarla con todas sus tierras, esclavos, edificios y ganado
bajo las siguientes condiciones: que la iglesia haya de quedar a mi
disposición, reconociéndome como patrono de ella. me haré cargo de los gastos.
manteniéndola con toda la decencia. Teniendo un capellán que suministre el
pasto espiritual. entregándoseme todas las alajas (sic) y ornamentos". Así
se firmó la escritura.
Su segundo dueño, el coronel don José Javier Díaz, fue el
primer gobernador patrio elegido por los cordobeses en 1815 y 1820. En su rol
de 2º jefe del regimiento de tres mil hombres de Córdoba, participó en la
reconquista de Buenos Aires, fue dos veces gobernador de Córdoba, impulsor del
Congreso de Tucumán de 1816 y sostén de la campaña libertadora del General San
Martín con 100 mulas ensilladas y ropa de abrigo producida en los telares de
Santa Catalina.
El inventario de 1767 releva una chacra para el cultivo
de trigo, 12 arados con sus rejas, y una huerta donde se levantaban entre vides
y nogales, 314 membrillos, 200 durazneros y 207 manzanos.
En la ranchería (habitaciones de piedra, barro, y techos
de tirantes, cañas y tejas) vivían quienes trabajaban en la estancia. Las
esclavas solteras lo hacían en una casa de cinco habitaciones cercadas.
Sus dueños actuales (unos 40) están organizados como un consorcio familiar y se administran
con sus propios recursos económicos, sin aportes de otros orígenes.
En 1941 fue declarada Monumento Histórico Nacional, y ha
sido declarada Patrimonio de la Humanidad por UNESCO, el 29 de noviembre del
año2000.
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