martes, 15 de noviembre de 2016

LA INDIA DEL PORTEZUELO

LA INDIA DEL PORTEZUELO

LA INDIA DEL PORTEZUELO

En un entrevero de cerros que se alzan a la vera del río Abaucán entre Santa Rosa y El Puesto, en el departamento Tinogasta, de la provincia de Catamarca, hay uno que en sus rugocidades paquidérmicas cercanas a las cumbres, semeja una mujer con un niño en brazos, que ha dado lugar a esta leyenda.
LA INDIA DEL PORTEZUELO

El viejo camino que unía a estas aldeas, corría orillando el río por el naciente, los cerros quedaban al poniente del río. A la India del Portezuelo se la señalaba con toda claridad. Con motivo de lo que se hizo ruta nueva para evitar pasos del río, los cerros quedaron al naciente, pero la India sigue a la vista porque se halla casi en la cima.
El Portezuelo está allí cerca, como un tajo en la montaña, para dar paso al camino viejo que hoy no se transita.
La leyenda dice que en el cercano y antiguo pueblo indígena de Watungasta, cuyas ruinas aún se ven a simple vista desde el camino, se llevó a cabo una batalla en tiempo de la conquista.
Watungasta (pueblo grande, en quichua), se halla extendido frente a El Puesto. También lo llaman "Ruinas de Troya", porque al lado pasa, lamiendo las orillas, el arroyo de Troya que va a engrosar y tinta de rojo las aguas del Abaucán o río Colorado.
Está asentado al pie de una alta lomada calva. Redondeles de piedra y pequeñas tapias de paja y barro, que se extienden en los faldeos y a la orilla del arroyo, es todo lo que ha quedado de los Watungastas.
LA INDIA DEL PORTEZUELO

Subiendo a la cima donde se halla el pucará —aún quedan altas tapias de paja y barro—, se contempla el extenso valle del Abaucán, a más de una legua de distancia. El pucará está estratégicamente ubicado. En esta forma evitaban ser sorprendidos por tribus enemigas. Sin embargo aquí se vieron acorralados por las tropas españolas. Y cuentan los viejos pobladores que del medio del encarnizado combate de cuerpo a cuerpo, huyó una india con su hijo en brazos perseguida por un soldado español.
Tomó por el lecho del río, chapoteando agua y barro escondiéndose entre los jumes de la orilla hasta llegar cerca de la montaña. Trepó por ella, y cuando sintió al soldado muy cercano a ella, hizo una invocación a Pachamama antes de caer prisionera. Pidió que la conviertiera en piedra a ella y a su hijo antes de ser tomada por el español. Al instante se oyó a la distancia, una gran explosión.
Desde lejos vino la noche empapada de gritos. Las lomadas, desnudas de árboles y de pájaros, se llenaron de llantos.
El pueblo de Watungasta se perdió esa noche. Al otro día, sólo un gran silencio se oía en el viejo caserío. Las casuchas vacías y en ruinas y en las calles y caminos sólo el sol alumbraba el perdido paraíso.
Y allá quedó la India del Portezuelo petrificada en la montaña y el pueblo de Watungasta en ruinas.
Pasa el tiempo: caen lluvias y soles y liman las pequeñas tapias de paja y barro; pero siguen en pie como testimonios de una raza que ha luchado hasta el final en defensa de sus lares.
La India del Portezuelo sigue en la cima de aquellos cerros con muda presencia de una leyenda creada por la imaginación popular.


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