VALLE ENCANTADO
El Valle
Encantado está ubicado a 62 km. de Bariloche, a orillas del Río Limay.
La
acción erosiva del agua por el viento ha modelado curiosas formas a las que los
pobladores han dado diversos nombres.
En
esta zona las serranas están coronadas por curiosas formaciones de origen
volcánico, que asemejan a castillos y catedrales góticas.
Se
trata de un recorrido de 7km que se desarrolla en ambas márgenes del Río Limay,
caracterizado por la erosión diferenciada en sus rocas y que originaron formas
en ellas.
La
gran variabilidad en la dureza de sus rocas, provocó que la lluvia y el viento
las fueran desgastando de manera despareja, tallando las llamativas figuras que
dan nombre a la zona. Algunas formaciones fueron bautizadas y hoy popularmente
son conocidas como
'El Dedo de Dios,
los leones enamorados y El Centinela del Valle.
Sobrevolando
majestuoso, el cóndor encuentra aquí lugares adecuados de nidificación y
dormideros, como abundante alimento en los animales muertos de la estepa.
Situado
en una zona de transición entre el bosque andino y la estepa patagónica. Es de
destacar la variada fauna que se puede observar: liebres, ciervos, zorros,
guanacos, cóndores.
El Valle Encantado
de Traful
Este texto de
Roberto Arlt forma parte de unas extrañas aguafuertes patagónicas que escribió
durante el año 1934, como cronista del diario El Mundo. Describe magistralmente
este excepcional lugar, por lo que lo incluimos en esta pagina. No es fácil de
encontrar, por eso deseamos compartir con ustedes esta peculiar joya de la
literatura. Elegimos una que nos traslada al mágico paisaje de Traful.
Siguiendo el curso
del Río Limay, se llega hasta la legendaria cuenca del Lago Traful, que fue, en
un pasado no muy remoto, el lugar de reunión de las tribus indígenas, especie
de Congreso al aire libre. El nombre “Traful” significa “lugar de reunión” en
su idioma ya casi desaparecido.
Me propongo
descubrir para mis lectores porteños, este “palacio de oro” primitivo que se me
antoja algo cósmico, como cuadra al marco de las primitivas Conferencias de la
Paz o de la Guerra. Y ustedes dirán si estuve errado.
En un sólido auto
de muchos caballos de fuerza capaz de subir una cuesta apuntalada contra la
luna, salgo por el camino que conduce al Valle Encantado, un tanto escéptico,
porque ese nombre me predispone mal.
A dos leguas de
Nahuel Huapí, el camino sube a una altura que produce vLago Trafulértigo, sobre
el borde de un anfiteatro de montañas, en cuyo fondo, entre las islas verdes,
serpentea el río. Los tonos de color del agua oscilan entre el azul marino
pasando por los verdes de sulfato de cobre y los atornasolados del cuello de
las palomas. Todos los tintes del acero al templarse se suceden en la
superficie de la rápida y rizada sábana de agua. Repuesto del vértigo, sigo la
pendiente del camino.
Una legua más
allá, tropiezo con el As de Basto, una columna de piedra de sesenta metros de
altura, recta, trabajada así por la naturaleza, cuyo terminal una nariguda
cabeza de lansquenete con gorra de piedra. El camino alto, tortuoso, estrecho,
de manera que el automóvil camina siempre a pocos centímetros del abismo,
paraliza de terror, en ciertos momentos, el corazón del visitante, que se
olvida del paisaje para pensar en una espantable caída.
Pero uno no se
olvida de que puede rodar desde la tremenda altura al fondo del torrente, mitad
verde como un sauce, y azul hacia la base de piedra de la montaña, al
contemplar el panorama inédito de aquel lugar.
¿Qué es lo que
usted quiere imaginar?
¿Qué es lo que
quiere imaginar usted, en estos círculos formados por conos de piedra lisa,
recubiertos de un tapiz verde y filas largas de pinos y cipreses, entre los
cuales, aislados, se yerguen monumentos de piedra volcánica que revisten formas
más fantásticas que pudiera crear la imaginación?
Estos cerros están
casi todos rematados por castillos medioevales, fortalezas del siglo diez,
deformes y espantables, con poternas que son negros agujeros, almenas a las
cuales asoman la cabeza tremebundos encapuchados de granito, puentes levadizos
bloqueados por canónicos árboles verdes que dejan ver en la celeste porcelana
del cielo, el recortado fondo de betún de un maravilloso país embrujo.
¿Qué es lo que
quiere soñar o imaginar usted, señor, en el Valle Encantado?
No se quede corto
ni tema en pedir. Todo es posible allí.
Nos encontramos en
el país del Gran Brujo Negro. O del Dueño de la Vida y de la Muerte. O del
Señor de los Encantamientos.
¿Qué es lo que
quiere soñar?
Que la bruja de
nariz de garfio y mentón de martillo robó a la princesa y la condujo, auxiliada
por unos enanos negros y unos perros petrificados, a la corte del Rey de los
Señores del Dragón. Pues su sueño no tiene nada de absurdo. Esta allí,
dibujado, calado por el viento y el rayo en el Valle Encantado.
¿No le agrada
esto, sino ver los encalonamientos de estatuas, un ejército que acorrala en un
rincón del valle una manada de elefantes y búfalos auxiliados por formidables
perdigueros? Es tan real como lo anterior.
Débil es la vista
y la memoria para retener aparejadas ala mente tal diversidad de sucesivas
maravillas. Ya es una columna fálica, que lMirador del Lago Trafulevanta a los
cielos su simbología primitiva glorificadora del mundo que nace, ya un
encapuchado siniestro cuya cabeza de lobo y buey recuerda los encantamientos de
las magas perversas de Las mil y una noches. El paisaje es por momentos
infructuosamente lunar y extraterrestre como el que se ve a través del cristal
de un telescopio. Luego, uno tiene la sensación de que está viviendo y no
soñando. Entonces se dice: He salido de la tierra; esta zona no pertenece ya a
la geografía de la República Argentina.
Doce kilómetros
tiene el Valle Encantado. Serpentea, pero jamás se aminora. Hacia donde uno
vuelve la vista, la admiración necesita volcarse en adjetivos. Y todo allì es
substancial. Posible. Se comprende la magia y el origen de las leyendas y de
las mitologías. La piedra pasa por todos los tonos de iris, se descubren
titanes de lava anaranjada, brujas de cartón piedra, podencos de hulla, buzos
revestidos de una monumental escafandra, verdosos y grises de algas marinas.
Si no, son series
de monumentos megalíticos, bastos de piedra clavados en el suelo como los
menhires de la Bretaña, pero agujereados tan copiosamente que se cree estar en
presencia de termiteras monstruosas, mientras el agua rápidamente se desliza
entre los árboles que dan margaritas de gruesos pétalos de color lila y
arbustos y yerbas cuyo tallo solitario y erecto parece guardar embutidas en la
vaina transparente, semillas de azafrán.
Doce kilómetros
maravillosos; se cierran los ojos para reposar la vista y el entendimiento;
pero cuando se abren, nuevamente se tropiezan con crestados domos de piedra,
catedrales cuyas agujas se han derretido, castillejos empinados, feroces, con
murallas a cuyos pies asoman la cabeza dragones de piedra pómez y cocodrilos de
pizarra, mientras arriba en los parapetos, geniales jorobados de piedra asoman
la cabeza con un bonete…
En el Valle
Encantado usted puede soñar lo que quiere. Cuando mire en redor, descubrirá que
su imaginación es pobre junto a las historias mágicas que el tiempo ha
cristalizado en la roca.
(El Mundo, 19 de
enero de 1934)
Extraído de
Roberto Arlt; El valle encantado de Traful en “En el país del viento. Viaje a
la Patagonia (1934)”; Ed Simurg, Bs. As., 1997
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