CAFAYATE Impresionantes paisajes, ruinas, vinos, serenata, quebradas y caprichos del viento
Cafayate es
una localidad de los Valles Calchaquíes situada en el sudoeste de
la provincia de Salta, norte de la Argentina.
Desde
Salta, la ruta 68 nos lleva a Cafayate. Una camino que resulta un paraíso por
sí mismo. El viento se encargó de moldear las montañas a su antojo, como si
fuesen hojas.
La
localidad fue fundada en 1840 por Manuel Fernando de Aramburú,
Coronel del Ejército Real, quien ejecutó la voluntad de su madre de ofrecer un
santuario en el lugar a la Virgen del Rosario. Luego aumentaría su importancia
y se separaría definitivamente de San Carlos al crearse el departamento en
1863.
El
pueblo de Cafayate aun conserva las características de su arquitectura
colonial, podemos recorrer sus calles y admirar su iglesia, su plaza arbolada y
florida y los museos llenos de siglos de historia.
Conocer
las calles, casas y sobre todo la gente de Cafayate es una experiencia muy
agradable por el movimiento que se genera alrededor del turista. Admirar la
incomparable arquitectura de su catedral, la florida plaza principal, el
pintoresco molino de piedra, y los museos de vino y arqueológico son paseos que
no pueden faltar en ningún itinerario.
Visitar
bodegas, degustar vinos, dar una vuelta por las ruinas de los nativos Quilmes y
conocer la quebrada de Las Conchas, de hermosos colores, son excursiones
imperdibles, mientras se disfruta de las imponentes cascadas del río Colorado y
del cerro Santa Teresita.
Las
ruinas de Quilmes, como se las conoce popularmente, pertenecieron a los indios
calchaquíes, que se ubicaron sobre las laderas de estas sierras y sobre el
cordón montañoso llamado Calchaquí; de ahí el nombre de estas tribus: quilmes y
calchaquíes.
La
enorme montaña que parece sacada de un cuento es una fortaleza de piedra; los
corrales y cactus servían para el desarrollo habitual de estas comunidades que
criaban animales y sembraban quinoa, maíz y otras plantaciones que servían para
alimentar a su gente.
La
parte más alta de lo que hoy llamamos ruinas era el lugar elegido para la
defensa ante el enemigo. Primero fueron otras tribus y finalmente, los
conquistadores españoles, los cuales llegaron hasta aquí y encontraron una fuerte
resistencia hasta lograr imponerse.
Las
ruinas de Quilmes fueron uno de los asentamientos prehispánicos más importantes
de la Argentina y se sabe que la tribu calchaquí las habitó aproximadamente
desde el año 800 d.C. hasta el año 1666, cuando cedió ante el avance español.
Muchos de los sobrevivientes fueron juzgados por los conquistadores y
conducidos hasta el sur de la provincia de Buenos Aires, alojados como
prisioneros en la cercanía de la localidad de Quilmes, a la que dieron su
nombre.
Hay
tríos inseparables. Salta, la belleza de los paisajes y el buen vino son uno de
ellos. Por eso, no extraña que la provincia norteña ya tenga, entre sus tantos
atractivos turísticos, una Ruta del Vino compuesta por más de veinte bodegas
para recorrer con tranquilidad y deleite.
El
circuito comienza en la propia capital y recorre Cachí, Molinos, Angastaco, San
Carlos y Cafayate, el punto del paseo ubicado más al sur de la provincia y
donde se concentra la mayoría de las bodegas. El trayecto incluye, por
supuesto, el Valle de Lerma, la quebrada de Escoipe, la Cuesta del Obispo y los
Valles Calchaquíes. De este modo los visitantes pueden conocer los lugares en
los que se producen vinos de una calidad reconocida internacionalmente y de un
notable sabor.
En
Salta se produce el famoso y tradicional torrontés, cuya uva es exclusiva de
Cafayate, aunque también se hacen riquísimos Cabernet Sauvignon, Malbec, Syrah
y Chardonnay. Cada una de las bodegas que se presenta dentro de la ruta demanda
casi una hora para poder recorrerla y conocer los secretos del tratamiento y
elaboración de los vinos. De este modo, las visitas permiten reconstruir el
proceso que va desde las plantaciones y el ingreso de la uva al establecimiento
hasta la molienda y el prensado. En varias bodegas, los turistas pueden incluso
ser invitados a aplastar la uva en las cubas bajo la atenta mirada de los
trabajadores de la bodega.
Por
supuesto que en todos los viñedos también hay tiempo para que los visitantes
disfruten del ritual más esperado: la degustación del producto terminado, que
en muchos casos se exporta al mundo.
Uno
de los tantos atractivos de la Ruta del Vino salteña también es poder
adentrarse en bodegas que muestran dónde y cómo se realizaba esta actividad en
otras épocas, de una forma completamente artesanal. De hecho, varios de los
pueblos que los turistas visitan mantienen una arquitectura colonial, lo cual
le otorga al paseo un ingrediente adicional. Como si la inmensa belleza de los
paisajes salteños y el increíble sabor de sus vinos no alcanzaran para encantar
los sentidos.
Cafayate,
la cuna del folclore
Festividad
folclórica declarada de Interés Nacional por ser una de las muestras culturales
más importantes del Norte Argentino. Un cierre del verano a toda tradición.
Convertida
en el festival folclórico más importante del noroeste argentino, “Serenata a
Cafayate”, recibe anualmente a miles de turistas ansiosos por escuchar las
interpretaciones de jóvenes músicos y reconocidos artistas, disfrutar de las
danzas tradicionales, y saborear las comidas típicas de la región.
Cafayate
es una voz de origen quichua a la que se le asignan distintas etimologías:
cajón de agua, gran lago o lago del cacique.
Muy
próximo a su actual emplazamiento se encuentran las ruinas de Tolombón, centro
de la población diaguita, prehispánica, en el centro del valle de Santa María,
a 1.600 m.s.n.m., al pie de la sierra del Cajón. Estas ruinas conforman uno de
los descubrimientos más importantes de los que se han realizado hasta hoy en el
territorio Argentino.
Las
ruinas están compuestas por la ciudad propiamente dicha, un pucará o fortaleza,
dos quebradas por las que se llega al pucará -fortificadas por un complicado
sistema de parapetos y recintos- y un grupo de viviendas.
Camino
a Cafayate
No
solo Cafayate es un destino turístico. Es imprescindible recorrer el camino
hasta éste.
Desde
Salta, la ruta 68 nos lleva a Cafayate. Una camino que resulta un paraíso por
sí mismo. El viento se encargó de moldear las montañas a su antojo, como si
fuesen hojas.
A
mitad de camino desde la ciudad de Salta
se llega a Alemanía, ubicada a 107
kilómetros de la ciudad capital salteña. Alemanía, como Alemania, pero con
acento en la última “í”.
Vale la pena hacer un alto para observar lo que quedó
de aquellos tiempos en que se respiraba oro y ferrocarril. Desde el pequeño
pueblo empieza un paraíso visual propio que tiene como protagonistas
principales a los valles calchaquíes.
La
otra quebrada
La
Quebrada del Río Las Conchas comienza a mostrarnos las huellas que dejó el
viento, erosionando y dando forma a montañas de colores únicos como si fueran
hojas, manipulables, maleables. Vientos inmemoriales las han visitado mucho
antes que el hombre.
A
medida que el camino comienza a angostarse y a encajonarse, volcándose a un
lado y al otro de la quebrada, observamos cómo el hombre ha logrado imponer en
la ladera más benigna su forma más simple para comunicarse: un camino, hoy
pavimentado. Lo cual no significa que haya sido fácil.
“La
Garganta del Diablo” es el primero de los atractivos turísticos que el viento
se encargó, y encarga aún hoy, de modelar. Se trata de un verdadero agujero en
la pared de una montaña que permite introducirnos en él para contemplar una
especie de caverna sin techo. Increíble como el eco que dejan nuestras voces en
su interior.
Siguiendo
la ruta, aparece “El Anfiteatro”, un lugar bellísimo donde el viento también ha
logrado traspasar la piedra formando un sitio único donde desde la primera fila
es posible observar la magia de la naturaleza.
Luego,
la ruta parece abrirse paso entre las montañas y el Río de las Conchas va
ganando caudal a medida que avanzamos. En sus aguas claras que no llegan al
metro de profundidad es posible observar a los niños pescar con sus redes y
lanzas algunos de los grandes sábalos que pretender subir el río.
El
Obelisco” es el próximo accidente geográfico que nos sorprende a nuestro paso.
Se trata de una pequeña montaña puntiaguda que tiene una altura no mayor a los
cincuenta metros y que llama la atención por su punta erosionada: idéntica a la
del mítico obelisco de la ciudad de Buenos Aires, pero con la idiosincrasia
particular de este caso, tallada en piedra por la naturaleza.
Un
poco más adelante, sobre la mano derecha, es posible observar cómo del otro
lado del río se levantan unas enormes construcciones de piedra y terracota que
semejan castillos medievales, con sus majestuosas aberturas y vigilantes
torres. A sus pies, el río descansa plácido al igual que lo hacían las aguas
que de manera circular protegían los alrededores de los castillos.
“El
Sapo” es otra de las llamativas figuras naturales que se cruzan en nuestro
camino. Se trata de una piedra robusta y grotesca que desde cientos de metros
llama la atención de los automovilistas. “Un sapo” es lo primero que se ve,
sentado con sus patas hacia delante, con su gran boca y sus ojos desorbitados
mirando hacia el cielo.
Kilómetros
adelante, las montañas parecen caer estrepitosamente hacia el río, como
anunciando un ruido imposible de callar. Allí aparece El Fraile, una formación
rocosa que desde lo alto pareciera convocar a misa.
“El
Hongo”, no tan llamativa como la figura anterior, muestra cómo el viento y el
agua se encargaron de lavar la piedra como si fuera una bocha y cómo su
sustento terrenal adoptó la figura de un corto pero resistente tallo, como si
se tratara de un jugoso y delicioso champiñón.
Siguiendo
la ruta, aparecen “Las Ventanas”, una de las últimas formaciones con las que se
encuentra el visitante antes de arribar a la hermosa Cafayate. Permiten ver
desde sus aberturas los grandes médanos blancos salpicados por verdes viñedos o
el río Colorado corriendo seco a lo largo de su arcilloso y rojizo suelo. El
camino ha perdido altura y una larga recta se transforma en un fértil valle al
que se ha bautizado como Cafayate.
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