ANTOFAGASTA DE LA SIERRA
Antofagasta
significa "casa del sol". Sol implacable, vigilante del trabajo rudo
de la gente y pertinaz en su lucha contra el viento frío de montaña. Y el sol,
justamente, se hace sentir durante el día, contrastando con las frías noches
puneñas.
A
3500 metros sobre el nivel del mar, las formidables pampas de altura de la Puna
catamarqueña están salpicadas por más de 200 volcanes, inmensos salares y
campos de lava negra. Infinidad de vicuñas, lagunas con garzas, pueblitos en
adobe rosado, petroglifos y pinturas rupestres son algunos de los tesoros por
descubrir en un inolvidable viaje de aventura por Antofagasta de la Sierra.
En
esas alturas las estrellas parecen más grandes y más cercanas. El encanto de la
quieta noche puneña invita a una corta caminata. Luego, a sumergirse en una
buena cama bajo el abrigo de las mantas de llama, producto de las tejedoras del
lugar, para reponerse del viaje que lleva hasta la villa. Es largo, pero el
premio final vale la pena.
Enmarcada
por el volcán Azufre, el cerro Archibarca, el Incahuasi, el Abra del cerro
Blanco, el cerro Gordo y el cerro Vicuñorco y las sierras de Laguna Blanca y
del Culampajá, Antofagasta de la Sierra se ubica a 500 km de la ciudad de
Catamarca, inmersa en la Puna catamarqueña y con el Torreón que la caracteriza
y ubica como hito natural.
Las
tres poblaciones de mayor importancia, Antofagasta de la Sierra, El Peñón y
Antofalla, se ubican entre los 3200 y 3500 m.s.n.m. y están enmarcadas en estos
imponentes paisajes en los cuales las vegas fértiles, los volcanes y cerros coloreados
juegan distintos contrastes con el fondo del desierto.
El
clima en esta región del país es seco y árido; en verano la temperatura varía
entre los 33º y 19º C; en invierno la máxima es de 21º y la mínima de 1º C .
Diversas
investigaciones desarrolladas en las últimas décadas, han puesto de manifiesto
el alto potencial arqueológico del departamento Antofagasta de la Sierra.
Antofagasta
de la Sierra refleja la creciente complejidad de las sociedades puneñas, desde
antiguos cazadores a grupos agro-pastoriles, quienes bajo nuevas modalidades
socioeconómicas modificaron su modo de vida.
La
vida en el desierto puneño tuvo un gran quiebre en su historia al momento del
“contacto” hispano-indígena, marcando el inicio del fin de las sociedades
indígenas locales.
Los
aborígenes que encontraron los españoles en lo que actualmente es territorio
catamarqueño eran los diaguitas, que pertenecieron a la raza ándida. Esta
cultura recibió la influencia de corrientes de cultura amazónica y luego, de la
civilización inca.
Los
valles, las quebradas, los bolsones y serranías de Catamarca estaban poblados
por numerosas tribus cuyos nombres derivaban del lugar en que vivían o del
cacique. La localización geográfica de los asentamientos tribales en lo que hoy
es Antofagasta, correspondía a los Apatamas.
Desde
Belén son 260 km. El camino se emprende por la RN 40 hasta El Eje, donde
empalma la RP 43. Una primera escala es en el almacén de doña Pirucha, parada
obligada del Antofagasteño, la línea de ómnibus que lleva a la Puna, donde se
pueden degustar tibias tortillas de grasa hechas en horno de barro para
acompañar un reparador café.
Desde
allí el camino va subiendo y será una constante sucesión de sorprendentes
paisajes. Las áridas sierras de Villavil, que cruza el río del mismo nombre,
llegan hasta las verdes vegas de Barranca Larga con la amplia perspectiva del
bajo de El Bolsón. En la Cuesta de Randolfo la ruta se eleva a más de 3000
metros sobre el mar y, desde, allí se divisan a lo lejos las sierras de Laguna
Blanca.
Comienza
el descenso. En el kilómetro 130 se accede a la Reserva Ecológica de Laguna
Blanca. A ambos lados del camino, es el hábitat natural de la importante
población de vicuñas curiosas y esquivas a la vez que, solas o en grandes
grupos, acompañarán el paisaje permanentemente.
De
vez en cuando un par de suris (ñandúes) comparte el panorama que a esa altura
cobra colorido con vegas, y pequeños salares y lagunas. La ruta cruza entre
cerros de laderas de arena y desde Pasto Ventura, donde alcanza una altura de
más de 4000 metros, se llega a El Peñón. Allí ya se vislumbran a lo lejos los
primeros conos negros de los volcanes en el valle de Carachipampa, extensa
planicie del Altiplano catamarqueño.
Hay
casi una decena de volcanes antes de llegar a Antofagasta de la Sierra, donde
recibe al visitante el imponente Alumbreras con su gran cráter trunco.
Junto
con otro volcán, se los conoce como Los Negros de la Laguna, porque la lava
petrificada al costado del camino forma negras figuras de hasta 10 metros de
altura. El azul intenso de la laguna poblada por garzas, las amarillas vegas y
los cerros en apastelados tonos de la cordillera de San Buenaventura, al fondo,
junto al dramatismo de los volcanes es el impagable portal de entrada en la
villa.
El
poblado, un oasis con casi 2000 habitantes, es un pintoresco mundo de casas de
adobe rosado, producto de la greda que aporta el lugar.
El
ejido urbano muestra un aspecto pintoresco con casas de doble encalado con
basamento de piedra y techos de torta. Cuenta con los servicios apropiados para
promocionar distintas excursiones por toda la Puna catamarqueña.
El
panorama se tamiza con el verde intenso de álamos y tamarindos que iluminan los
tonos pálidos del desierto. Hay un sencillo hotel municipal, que por las noches
se puebla con las camionetas 4 x 4 de los viajeros.
También
hay disponibles modestos hospedajes en casas de familia. En alguno de ellos,
como lo de doña Elisa, doña Tota o lo de Cástulo, se sirven comidas caseras y
dan una excelente oportunidad para incursionar en sabrosas recetas con carne de
llama.
Los
pobladores suelen invitar a pasar a sus casas para mostrar todo un stock de
tejidos en telar a precios más que accesibles, especialmente mantas de llama,
artesanía típica de la zona que junto con el cultivo en pequeñas quintas y la
crianza de lanares conforman la economía de subsistencia de la región.
En
auto propio y con un guía se pueden hacer varios paseos. Algunos llevan toda
una jornada, siempre en el marco de cambiantes paisajes de cerros multicolores
y volcanes.
Hay
también circuitos cortos, como el que lleva al Campo de los Tobas, donde sobre
una gran extensión hay petroglifos tallados en el suelo de piedra. Cerca de 250
motivos de figuras antropomórficas y geométricas señalan al lugar como una
importante ruta de paso, hace cientos de años.
En
la misma excursión de medio día se llega a Las Peñas, quebrada en cuyos aleros
de paredes rojizas hay una sorprendente muestra de arte rupestre. Diversas
pinturas que nos hablan de la vida cotidiana de los aborígenes que poblaron la
región, en bellas figuras de cazadores y manadas de camélidos.
El
camino, de vez en cuando, ofrece en vivo y en directo las mismas imágenes de
arrieros de llamas recortados en el filo de los cerros.
Para
los que aprecian la aventura, Antofagasta permite un abanico de travesías de un
día entero, únicamente para vehículos de doble tracción delantera. Hay para
elegir.
Uno
impagable es a Antofalla, con un lindo poblado al pie del volcán del mismo
nombre y a orillas del gran salar. El camino depara paisajes de impensadas
tonalidades y la Laguna de Caro, con dos especies de flamencos rosados.
Otra
opción es ir al cerro Galán (6600 m), cuyo cráter, de 40 km de diámetro, se
puede recorrer en camioneta. Hay expediciones a las minas de oro, ónix y mica
abandonadas; al Salar del Hombre Muerto, y ascensos a los volcanes de
Alumbreras y el Volcán de Azufre. Los amantes de la pesca cuentan con expediciones
que los llevarán a alzarse con buenas piezas de truchas arco iris.
Antes
de partir, una visita a los cercanos poblados de Paicuqui y Los Nacimientos,
con construcciones de adobe y amplísimas vistas al oasis y una visita al
cementerio de Antofagasta donde predomina la ancestral mezcla de paja y barro
en bóvedas, cada una de ellas una obra irrepetible.
El
regreso ofrece dos opciones: hacer el tramo hasta Belén y dormir allí, o
madrugar y emprender la vuelta hasta San Fernando, por la ruta que en estos
momentos está, en parte, en proceso de asfaltado.
Visitar
yacimientos arqueológicos, realizar ascensiones a la alta montaña, conocer a
las artesanas tejedoras dispersas por todo el sector, efectuar safaris
fotográficos o concurrir a sitios especiales para la pesca de truchas, son
algunas de las múltiples actividades que se pueden realizar en la imponente
región.
Excursiones
al Cerro Torreón, a la Reserva Natural Laguna Blanca, al Salar del Hombre
Muerto y a los volcanes de Antofagasta, Alumbrera y Galán -uno de los más grandes
del mundo- son puntos que no se pueden dejar de conocer al recorrer la comarca.
Antofagasta
de la Sierra es sin duda el lugar indicado para hacer base y visitar esta
agreste región de la provincia de Catamarca.
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