viernes, 10 de julio de 2015

ANTOFAGASTA DE LA SIERRA

ANTOFAGASTA DE LA SIERRA




Antofagasta significa "casa del sol". Sol implacable, vigilante del trabajo rudo de la gente y pertinaz en su lucha contra el viento frío de montaña. Y el sol, justamente, se hace sentir durante el día, contrastando con las frías noches puneñas.


A 3500 metros sobre el nivel del mar, las formidables pampas de altura de la Puna catamarqueña están salpicadas por más de 200 volcanes, inmensos salares y campos de lava negra. Infinidad de vicuñas, lagunas con garzas, pueblitos en adobe rosado, petroglifos y pinturas rupestres son algunos de los tesoros por descubrir en un inolvidable viaje de aventura por Antofagasta de la Sierra.


En esas alturas las estrellas parecen más grandes y más cercanas. El encanto de la quieta noche puneña invita a una corta caminata. Luego, a sumergirse en una buena cama bajo el abrigo de las mantas de llama, producto de las tejedoras del lugar, para reponerse del viaje que lleva hasta la villa. Es largo, pero el premio final vale la pena.


Enmarcada por el volcán Azufre, el cerro Archibarca, el Incahuasi, el Abra del cerro Blanco, el cerro Gordo y el cerro Vicuñorco y las sierras de Laguna Blanca y del Culampajá, Antofagasta de la Sierra se ubica a 500 km de la ciudad de Catamarca, inmersa en la Puna catamarqueña y con el Torreón que la caracteriza y ubica como hito natural.


Las tres poblaciones de mayor importancia, Antofagasta de la Sierra, El Peñón y Antofalla, se ubican entre los 3200 y 3500 m.s.n.m. y están enmarcadas en estos imponentes paisajes en los cuales las vegas fértiles, los volcanes y cerros coloreados juegan distintos contrastes con el fondo del desierto.


El clima en esta región del país es seco y árido; en verano la temperatura varía entre los 33º y 19º C; en invierno la máxima es de 21º y la mínima de 1º C .


Diversas investigaciones desarrolladas en las últimas décadas, han puesto de manifiesto el alto potencial arqueológico del departamento Antofagasta de la Sierra.

Antofagasta de la Sierra refleja la creciente complejidad de las sociedades puneñas, desde antiguos cazadores a grupos agro-pastoriles, quienes bajo nuevas modalidades socioeconómicas modificaron su modo de vida.

La vida en el desierto puneño tuvo un gran quiebre en su historia al momento del “contacto” hispano-indígena, marcando el inicio del fin de las sociedades indígenas locales.

Los aborígenes que encontraron los españoles en lo que actualmente es territorio catamarqueño eran los diaguitas, que pertenecieron a la raza ándida. Esta cultura recibió la influencia de corrientes de cultura amazónica y luego, de la civilización inca.
Los valles, las quebradas, los bolsones y serranías de Catamarca estaban poblados por numerosas tribus cuyos nombres derivaban del lugar en que vivían o del cacique. La localización geográfica de los asentamientos tribales en lo que hoy es Antofagasta, correspondía a los Apatamas.

Desde Belén son 260 km. El camino se emprende por la RN 40 hasta El Eje, donde empalma la RP 43. Una primera escala es en el almacén de doña Pirucha, parada obligada del Antofagasteño, la línea de ómnibus que lleva a la Puna, donde se pueden degustar tibias tortillas de grasa hechas en horno de barro para acompañar un reparador café.

Desde allí el camino va subiendo y será una constante sucesión de sorprendentes paisajes. Las áridas sierras de Villavil, que cruza el río del mismo nombre, llegan hasta las verdes vegas de Barranca Larga con la amplia perspectiva del bajo de El Bolsón. En la Cuesta de Randolfo la ruta se eleva a más de 3000 metros sobre el mar y, desde, allí se divisan a lo lejos las sierras de Laguna Blanca.

Comienza el descenso. En el kilómetro 130 se accede a la Reserva Ecológica de Laguna Blanca. A ambos lados del camino, es el hábitat natural de la importante población de vicuñas curiosas y esquivas a la vez que, solas o en grandes grupos, acompañarán el paisaje permanentemente.

De vez en cuando un par de suris (ñandúes) comparte el panorama que a esa altura cobra colorido con vegas, y pequeños salares y lagunas. La ruta cruza entre cerros de laderas de arena y desde Pasto Ventura, donde alcanza una altura de más de 4000 metros, se llega a El Peñón. Allí ya se vislumbran a lo lejos los primeros conos negros de los volcanes en el valle de Carachipampa, extensa planicie del Altiplano catamarqueño.

Hay casi una decena de volcanes antes de llegar a Antofagasta de la Sierra, donde recibe al visitante el imponente Alumbreras con su gran cráter trunco.

Junto con otro volcán, se los conoce como Los Negros de la Laguna, porque la lava petrificada al costado del camino forma negras figuras de hasta 10 metros de altura. El azul intenso de la laguna poblada por garzas, las amarillas vegas y los cerros en apastelados tonos de la cordillera de San Buenaventura, al fondo, junto al dramatismo de los volcanes es el impagable portal de entrada en la villa.

El poblado, un oasis con casi 2000 habitantes, es un pintoresco mundo de casas de adobe rosado, producto de la greda que aporta el lugar.

El ejido urbano muestra un aspecto pintoresco con casas de doble encalado con basamento de piedra y techos de torta. Cuenta con los servicios apropiados para promocionar distintas excursiones por toda la Puna catamarqueña.
El panorama se tamiza con el verde intenso de álamos y tamarindos que iluminan los tonos pálidos del desierto. Hay un sencillo hotel municipal, que por las noches se puebla con las camionetas 4 x 4 de los viajeros.

También hay disponibles modestos hospedajes en casas de familia. En alguno de ellos, como lo de doña Elisa, doña Tota o lo de Cástulo, se sirven comidas caseras y dan una excelente oportunidad para incursionar en sabrosas recetas con carne de llama.

Los pobladores suelen invitar a pasar a sus casas para mostrar todo un stock de tejidos en telar a precios más que accesibles, especialmente mantas de llama, artesanía típica de la zona que junto con el cultivo en pequeñas quintas y la crianza de lanares conforman la economía de subsistencia de la región.

En auto propio y con un guía se pueden hacer varios paseos. Algunos llevan toda una jornada, siempre en el marco de cambiantes paisajes de cerros multicolores y volcanes.

Hay también circuitos cortos, como el que lleva al Campo de los Tobas, donde sobre una gran extensión hay petroglifos tallados en el suelo de piedra. Cerca de 250 motivos de figuras antropomórficas y geométricas señalan al lugar como una importante ruta de paso, hace cientos de años.

En la misma excursión de medio día se llega a Las Peñas, quebrada en cuyos aleros de paredes rojizas hay una sorprendente muestra de arte rupestre. Diversas pinturas que nos hablan de la vida cotidiana de los aborígenes que poblaron la región, en bellas figuras de cazadores y manadas de camélidos.

El camino, de vez en cuando, ofrece en vivo y en directo las mismas imágenes de arrieros de llamas recortados en el filo de los cerros.

Para los que aprecian la aventura, Antofagasta permite un abanico de travesías de un día entero, únicamente para vehículos de doble tracción delantera. Hay para elegir.

Uno impagable es a Antofalla, con un lindo poblado al pie del volcán del mismo nombre y a orillas del gran salar. El camino depara paisajes de impensadas tonalidades y la Laguna de Caro, con dos especies de flamencos rosados.

Otra opción es ir al cerro Galán (6600 m), cuyo cráter, de 40 km de diámetro, se puede recorrer en camioneta. Hay expediciones a las minas de oro, ónix y mica abandonadas; al Salar del Hombre Muerto, y ascensos a los volcanes de Alumbreras y el Volcán de Azufre. Los amantes de la pesca cuentan con expediciones que los llevarán a alzarse con buenas piezas de truchas arco iris.

Antes de partir, una visita a los cercanos poblados de Paicuqui y Los Nacimientos, con construcciones de adobe y amplísimas vistas al oasis y una visita al cementerio de Antofagasta donde predomina la ancestral mezcla de paja y barro en bóvedas, cada una de ellas una obra irrepetible.

El regreso ofrece dos opciones: hacer el tramo hasta Belén y dormir allí, o madrugar y emprender la vuelta hasta San Fernando, por la ruta que en estos momentos está, en parte, en proceso de asfaltado.

Visitar yacimientos arqueológicos, realizar ascensiones a la alta montaña, conocer a las artesanas tejedoras dispersas por todo el sector, efectuar safaris fotográficos o concurrir a sitios especiales para la pesca de truchas, son algunas de las múltiples actividades que se pueden realizar en la imponente región.

Excursiones al Cerro Torreón, a la Reserva Natural Laguna Blanca, al Salar del Hombre Muerto y a los volcanes de Antofagasta, Alumbrera y Galán -uno de los más grandes del mundo- son puntos que no se pueden dejar de conocer al recorrer la comarca.
Antofagasta de la Sierra es sin duda el lugar indicado para hacer base y visitar esta agreste región de la provincia de Catamarca.



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