SAN
MARCOS SIERRAS
Hay
lugares a los que el imaginario colectivo ha cargado de tal significación que
al viajero le resulta imposible hacer abstracción del "halo" que
despiertan ciertos destinos. Algo de eso sucede la primera vez en San Marcos
Sierras (así, con ese final).
La belleza de este antiguo poblado, rodeado de
una naturaleza desmesurada, a veces no conjuga con cierto aire «fashion que
rodea, sobre todo, la plaza principal del pueblo. Pero basta dar unos pasos,
trepar por esas calles de silenciosa tierra apisonada, escuchar el múltiple
trinar de los pájaros, y comprender, ciertamente, que se está en un lugar
diferente.No es necesario mucho tiempo para empezar a comprender por qué los comechingones se aferraron con delectación y bravura a este terruño; por qué los españoles se empecinaron en sacarlos; por qué decenas de artistas, durante décadas, se aposentaron a respirar sus aires con aromas de jarilla y mistol; por qué aún hoy llegan viajeros cansados a saciar se en las aguas del río Quilpo.
Ubicada en lo más alto del llamado corredor de Punilla, San Marcos Sierras o «Tai Pichin, según los antiguos habitantes, ofrece todo lo que se espera de un lugar enclavado precisamente en las sierras: tranquilidad, silencio, aguas cristalinas y rumor de siestas y de sauces hamacándose sobre un lecho manso. Sobre el río que le da nombre al pueblo, se puede disfrutar de playas de arena y de un bosque natural.
Estos bosques serranos que rodean a San Marcos Sierras fueron el hábitat natural de los henen o comechingones. Aún hoy se encuentran aleros de piedras semienterradas que les servían de viviendas. También es frecuente toparse con piedras horadadas en cuyos agujeros molían las vainas de algarroba o las hierbas. También cuentan que sobre estos huecos labrados en la piedra, al llenarse de agua, los naturales veían reflejados el movimiento de los astros.
En la actualidad, además de los antiguos habitantes, se suman los españoles de la vieja conquista. Hacia los años 30 hicieron su irrupción los primeros naturistas que traen consigo las ideas filosóficas de origen oriental y europeo y nuevos hábitos, sobre todo en la comida. En los años recientes, arribaron inmigrantes de otras regiones del país y una nutrida presencia de europeos, sobre todo alemanes.
Una singular mixtura, donde se mezclan ecologistas con artistas plásticos, músicos con escritores y artesanos y terapeutas alternativos con cultivadores orgánicos.
Pensado para ser recorrido a pie, San Marcos ofrece dos joyas arquelógicas insoslayables: la Capilla de San Marcos, construida entre 1671 y 1734 por los jesuitas, es una pequeñísima iglesia (quizá la más angosta que haya) de piedra y adobe; y el molino harinero, una antigua ruca de piedra construida en el siglo XVII, también por los jesuitas.
Hacia el norte, camino a El Rincón, está El Mogote, un mojón que dividía el territorio de comechingones y los sanavirones, el otro pueblo de la zona. Los amantes de las trepadas, pueden aventurarse en la Quebrada del río San Marcos, un camino serpenteante que lleva hasta el Diquecito, pasando por un surgente de agua mineral. Por el cerro de la Cruz se llega hasta El Mirador, desde donde se alcanza la más sobrecogedora vista del pueblo y el valle de San Marcos. Enfrente, desde el Cerro Alfa se puede disfrutar de las puestas de sol y cielos nocturnos.
San Marcos Sierras ofrece el Paraje Paso de Batalla, la Casa de Piedra, el Arbol de Sonsacate y el Dique Dr. Arturo Illia. En el centro mismo, el Museo Rumi-Huasi exhibe colecciones de arqueología, pintura, artesanías, murales y minerales. Y no se puede pasar por aquí, sin una visita al río Quilpo, cuyo cauce no atraviesa ningún asentamiento humano. La transparencia de sus aguas deja ver el lecho del río de hasta dos metros de profundidad y disfrutar el movedizo y conmovedor mundo de los peces más felices del planeta.
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