BOSQUES PETRIFICADOS, Santa Cruz
CEMENTERIO DE ARBOLES
La
fantasía cinematográfica tiene un anclaje en lugares como éstos, donde el
pasado parece retozar entre estos pétreos bosques milenarios.
Sólo unas horas lleva recorrer el Monumento Nacional Bosques Petrificados, a 50
kilómetros en dirección oeste de la ruta nacional Nº 3, al norte de Santa Cruz.
Hace miles de años que allí reposan, recostados sobre la tierra, árboles que
alguna vez fueron gigantes. Se estima que al momento de sucumbir superaban los
100 metros y los mil años. A lo lejos se confunden con piedras del paisaje, pero al verlos de cerca, en la dura superficie color caramelo, se adivina que alguna vez fueron árboles y conforman el yacimiento de árboles fósiles más grande de la estepa patagónica.
Hace 130 millones de años, durante el período jurásico, el área tenía una gran humedad, que permitió el desarrollo de árboles de porte gigantesco. Luego, las erupciones volcánicas sepultaron vastas extensiones del territorio patagónico.
Los bosques, cubiertos por cenizas, sufrieron procesos de petrificación originando un yacimiento donde actualmente se puede encontrar ejemplares de 35 metros de longitud y hasta tres metros de diámetro.
Con troncos y raíces
Estas características determinan que este bosque petrificado tenga posiblemente los árboles fosilizados más grandes del mundo, muchos de ellos desplomados y varios fosilizados in situ, donde se puede observar también las raíces y la parte basal del tronco erguido.
Según datos de la oficina de guardaparques, cada año llegan hasta aquí cerca de 10 mil turistas, en su mayoría viajeros que provienen del norte argentino rumbo a El Calafate o Ushuaia, o bien los que emprenden sus vacaciones en el norte provincial. Es que la sorpresa que depara el paisaje bien vale el desvío de 50 kilómetros.
Pero lo que se ve ahora es sólo una muestra, los paleontólogos estiman que existen ejemplares aún mas antiguos enterrados debajo de estos ejemplares.
El sitio abarcaba inicialmente 13 mil 700 hectáreas, pero la Administración de Parques Nacionales, además de la estancia El Bajo, fue adquiriendo otros establecimientos colindantes con el monumento, como El Cuadro y La Horqueta, también conocida como Madre e Hija, para incluir esos sitios en el área protegida que conforma hoy una unidad de más de 60 mil hectáreas.
Volcanes a la vista
Al llegar, el visitante se encuentra con la oficina del guardaparque y una sala museo. Allí se entrega un folleto y mapa para recorrer el sendero paleontológico que tiene cerca de dos kilómetros donde se puede ver de cerca, y hasta tocar, estas araucarias primitivas petrificadas.
En el sendero, diferentes puntos panorámicos permiten tener una visión de valles y montañas de colores con el pico trunco. No son montañas: son volcanes.
Durante la caminata por la zona se destaca el volcán Madre e Hija, cuyas erupciones fueron posteriores a la gran actividad volcánica que sepultó y fosilizó el bosque. En la actualidad son volcanes inactivos.
La estructura cónica es una de las formas más características de los volcanes. En este caso, lo que se ve del volcán es lo que quedó luego de que se erosionó gran parte del sedimento que formaba el cono. Sólo permanecen las chimeneas por donde emergía la lava y un cono de roca más resistente a la erosión, conocida como pitón volcánico.
El sitio es visitado principalmente en verano, donde la temperatura ronda los 28°C, y el clima desértico se siente en la piel. Las precipitaciones anuales no superan aquí los 150 mm, y cuando cae se evapora rápidamente.
Zorros y guanacos
Pese a la descripción desértica del lugar, el turista se puede encontrar con sorpresas. Pero para eso no debe estar apurado, si no los tonos grises, ocres y verdes ocultarán a los animales que se mimetizan con el lugar: tropillas de guanacos alternan con grupos de choiques, los que a finales de la primavera se encuentran seguidos de sus pichones. También es un sitio elegido por el zorro colorado, el zorrino, la mara y el piche, pero esos son más escurridizos que el zorro gris que, acostumbrado a la presencia del hombre, suele pasear en los senderos.
En la temporada más lluviosa, flamencos, chorlos, patos y cisnes suelen descansar en las lagunas de sus largos viajes por la Patagonia. Aves rapaces, martinetas, lechuzas, palomas y otras especies contemplan el elenco sorprendente de la estepa.
Al regreso de la caminata, un guardaparque o un brigadista dan una charla en la reducida, pero bien equipada sala-museo, que permite comprender la riqueza histórica de la zona.
El lugar permanece abierto al público durante todo el año y se puede visitar el sendero paleontológico y la sala- museo. El ingreso es gratuito y es una visita de paso que pueden hacer los que recorren la ruta 3, especialmente en verano. Allí, el túnel del tiempo parece haberse detenido.
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