viernes, 4 de septiembre de 2015

ESTANCIA LA CANDELARIA (Cordoba)

ESTANCIA LA CANDELARIA



La Candelaria es la más extensa de las estancias jesuíticas y está ubicada en las Sierras Grandes, al noroeste de la capital cordobesa, en el departamento de Cruz del Eje, en una planicie ondulada de altura denominada Pampa de San Luis, en una hondonada entre las sierras Chicas y Grandes, en un sitio llamado antiguamente Rincón de Ocampis, donde comienza la sierra de este nombre.  Por allí pasa el río de la Candelaria que vierte sus aguas en el lago del Embalse Cruz del Eje.


Su nombre es un homenaje a la Virgen de las Candelas cuya fiesta se conmemora el dos de febrero de cada año.


¿Eran hombres o superhombres?  Es la pregunta que uno se formula con respecto a los jesuitas, después de un viaje de varias horas en automóvil a través de agrestes caminos serranos que, si bien lo hacen disfrutar de la belleza del paisaje, también lo anonadan por la imponente soledad que se aprecia al poder oír silbar al viento sin escuchar ningún otro ruido que rompa su monotonía.


Aquella pregunta nos hacemos al querer imaginarnos cómo hicieron para llegar al mismo corazón de las sierras y levantar uno de los grandes establecimientos agrícola-ganaderos que la pujanza de la Compañía de Jesús haya instalado en la provincia de Córdoba, cuya producción se destinaba a abastecer al Colegio Máximo de la ciudad y a otros centros religiosos.


Los terrenos de esta estancia fueron donados a los jesuitas, según consta en un documento del año 1673, por don Francisco Javier de Vera y Mujica, cuyo padre, el encomendero español don García de Vera y Mujica, los había obtenido por merced real a comienzos del siglo XVII.


Los jesuitas se afincaron junto al río Guamanes, ampliando las construcciones existentes, edificando el casco de la estancia, que resultó un ejemplo notable de establecimiento rural serrano, productor de ganado mular destinado al tráfico comercial con el Alto Perú.


Alejada de todo, con aires de solitaria, constituyó un desafío para los misioneros que debieron enfrentar las inclemencias de la geografía y del clima, y también a los malones que solían atacarla.


Esta situación, exigente de una construcción equilibrada entre fortín y residencia con santuario, fue la causante de la diferencia arquitectónica con las demás estancias.


Los esclavos negros proveyeron la mano de obra para erigir el lugar y todavía se pueden encontrar las ruinas de sus ranchos, cerca de los corrales,
molinos y acequias y algo más distantes de la residencia de los sacerdotes y la capilla destinada al culto religioso.
En el establecimiento los padres jesuitas aplican su experiencia organizativa: desarrollan y equipan un gran centro ganadero, especializado en la cría e invernada de mulares. Mayordomos y encargados atienden sus numerosos puestos y rodeos donde también se multiplica el ganado vacuno, caballar, ovino y caprino.
En los alrededores del casco, una huerta de frutales, otra de hortalizas y chacras de maíz y de trigo proveen a sus habitantes. Como en otros establecimientos de rurales de la compañía, la mano de obra es provista por esclavos negros, ocupados en las actividades rurales y en cubrir las necesidades cotidianas de la Estancia.

De allí que también halla construcciones dedicadas a la herrería, carpintería y un obraje para elaboración de textiles. El casco de la Estancia alberga una hermosa iglesia para el culto, la residencia de los Padres y la ranchería donde vivían los esclavos. En los alrededores, las obras de ingeniería hidráulica conforman un conjunto de tajamar, acequias, molinos, batan y perchel.



Luego de la expulsión de la Compañía, por real disposición de Carlos III, la estancia fue adquirida el 20 de octubre de 1774 por el teniente coronel don Francisco Antonio Díaz, a la sazón alcalde de primer voto de la ciudad de Córdoba.  Actualmente, lo que queda de ella es de propiedad particular y es administrada por los padres de la Compañía de San Ignacio de Loyola.


Aparte del carácter religioso que le daba la capilla, el casco de la estancia, pegado a ella, era una verdadera fortaleza pues los sacerdotes temían los ataques de los indios de la región, que solían ser frecuentes, pues se había forjado una leyenda en torno a fabulosas riquezas allí guardadas.

Al poco tiempo de tomar posesión de la propiedad los jesuitas comenzaron las obras destinadas a levantar una capilla, con su correspondiente sacristía, y algunas habitaciones contiguas para vivienda.  Se supone que el año 1693 fue el de la construcción, pues esa fecha aparece grabada a cuchillo en un dintel de algarrobo.  El techo de este conjunto es de paja a dos aguas y los muros están hechos de piedra irregular o quebrada con intercalaciones de ladrillos, demostrando todo esto la mayor antigüedad de esta parte.  En cambio el frontis de la capilla, las salas laterales y el claustro en arquerías, pertenecen a un período posterior, en las construcciones más recientes predomina el ladrillo, y las habitaciones tienen techos de azotea o de tejas.  La parte a la derecha de la capilla, con un patio cuadrado rodeado de los claustros en arquería a los que daban las habitaciones de gruesos muros y techos de tejas, hoy muy deteriorados por el tiempo y el casi completo abandono, semejaba un fuerte y allí tenían sus habitaciones los sacerdotes.

El conjunto arquitectónico posee en general un aspecto cerrado, organizado en torno a un patio central rectangular, uno de cuyos lados es la capilla, a él se accede por un portón lateral ubicado sobre el atrio. La capilla se destaca por su altura y fachada encalada; posee una planta rectangular y un retablo de mampostería. Dos sacristías se ubican a su costado. 



Alrededor del segundo patio se encontraban los talleres de trabajo y los depósitos.  Las demás dependencias estaban formadas por corrales de pircas, las cuadras y la huerta.  Cercano a este conjunto se encontraba el pequeño cementerio que hasta hoy se conserva.  También en los contrafuertes de la capilla se pueden observar una serie de nichos.  Hacia la parte norte se levantaban los rancheríos habitados por los peones indígenas de la estancia y que en la actualidad mantienen enhiestas sus paredes de piedra y ladrillos.



Es evidente que la edificación era muy buena y resistente, como lo demuestran los gruesos muros de piedra, las pocas aberturas al exterior para ser más invulnerables, las pesadas puertas de algarrobo reforzadas con enormes trancas y las torneras que se observan en algunas habitaciones y en la misma capilla.  El altar mayor construido de mampostería servía perfectamente para esconder rápidamente los ornamentos religiosos y objetos de valor poniéndolos a salvo de un incendio de la capilla en caso de ataque de los indios.

Como tantas iglesias y capillas de aquella época ésta contuvo muchas obras de arte las que, con el transcurso del tiempo fueron desapareciendo o deteriorándose por el cada vez más poco cuidado.  Entre lo poco que queda de valor están el magnífico sagrario, la virgen de la Candelaria, patrona de la estancia, tallada en algarrobo, dos relicarios de jacarandá y una miniatura del fundador de la Orden, San Ignacio de Loyola, pintada al óleo y encuadrada en un bello marco, que se encuentra en la sacristía.  También hay otras imágenes, una central de la virgen de la Candelaria y otras de San José, San Benito y de la Dolorosa.


Esta estancia fue declarada Monumento Histórico Nacional por decreto Nº 106.845 del 28 de noviembre de 1941 siendo presidente de la República el Dr. Ramón S. Castillo, y fue adquirida por el gobierno provincial recién en 1982.


Las tareas de restauración permiten visitar algunas habitaciones donde se reconstruyeron los techos, como las del Padre encargado principal y su ayudante.  El patio principal en ruinas y la ranchería de los esclavos, construida por simple apilamiento de piedras con techo de paja, aún resisten el avance de la maleza. Completan el complejo los corrales, el resto del tajamar, molinos y acequias.

Sobre este paisaje de pampa de altura en el macizo serrano, la Estancia de La Candelaria conserva rasgos de sus tiempos originarios, del proyecto evangelizador de sus mentores en la desolación de sus tierras.  Todo sumido en una profunda y cautivante soledad.

La Estancia Jesuítica La Candelaria integra un complejo histórico-arquitectónico declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad el 29 de noviembre de 2000 junto a la Manzana Jesuítica de Córdoba y las estancias de Santa Catalina, Jesús María, Caroya y Alta Gracia. Con anterioridad, la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos con fecha 25 de octubre de 1941, la había declarado Monumento Histórico Nacional, y el gobierno de la Córdoba que había adquirido lo edificado con un terreno de 7 has en 1982, la incluyó entre sus bienes protegidos por Decreto Nº 69 del 2 de febrero de 2000.

¿Cómo llegar?


Yendo por Tanti son aproximadamente 130 kilómetros de la ciudad de Córdoba, pero casi la mitad del recorrido es camino de tierra y suele deteriorarse por las lluvias principalmente en verano; además, hay que trepar las sierras, por lo que el viaje por esta vía implica unas tres horas en automóvil.  Otros caminos parten del Valle de Punilla, desde Molinari y La Falda, pasando por Characato.  Si la elección es ir por Traslasierra, hay que tomar, desde la localidad de La Higuera, el camino hacia Cruz de Caña, se cruza el río San Guillermo, y se prosigue hasta arribar a La Candelaria.  También se puede tomar el llamado Camino del Medio, que vincula Villa de Soto con la estancia, debiendo traspasarse varias tranqueras. Horarios: Lunes a domingos de 9:00 a 18:00 hs.  La celebración en honor a la Patrona de la Estancia, Nuestra Señora de la Candelaria, es el día 2 de febrero de cada año.

Fuente
Castello, Antonio Emilio – Estancia La Candelaria.
Todo es Historia – Año XI, Nº 127, Diciembre de 1977.

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar


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